De todo un poco: esa
podría ser la respuesta para entender el fenómeno de las familias políticas
colombianas, una tradición que se remonta a los orígenes de la historia
republicana y que cobra vigencia en época de elecciones. La existencia de
castas políticas es una realidad no solo en Colombia, sino en otras latitudes.
No es sino recordar los Kennedy o los Roosevelt, en Estados Unidos; los Frei en
Chile o los Figueres en Costa Rica, para citar algunos casos.
En Colombia, se
recuerdan apellidos como los Lleras, los López, los Gómez, o los Ospina como
los más tradicionales de la política. En la actualidad. Las casas políticas
tradicionales han sido remplazadas por modernas famiempresas políticas muy eficientes
a la hora de ubicar a sus miembros en cargos del Estado.
En el nivel regional hay
casos por todo el territorio. Grupos familiares que influyen, para bien o para
mal, sobre sus comarcas desde hace varias décadas. Organizaciones políticas que
se dedican profesionalmente al ejercicio de la administración pública, que se
han perpetuado en el poder regional y cuyos patriarcas reciben diversos
nombres: gamonales, caciques o barones electorales.
Los partidos tienen que
encontrar de alguna manera, buscar a como dé lugar el camino, para que haciendo
uso de todas la herramientas que tiene la democracia elegir en su seno
candidatos que no solo los represente sino que además puedan realizar una labor
en beneficio de toda la comunidad y no de una sola familia.
Pienso que a la final no
es malo, ni tan inconveniente que haya miembros de una sola familia en la
actividad política, lo malo esta es en que resultan trabajando para sí y no
para el pueblo. Se concentran en buscarle puesto, contratos a sus miembros y
hasta les garantizan la adjudicación de las mejores licitaciones. Es evidente en
local, regional y nacional.
En Santander el asunto también
está de moda. Por eso hacemos un llamado a patriarcas, gamonales, caciques y
barones electorales de todos los partidos y movimientos para que ajusten sus
decisiones a los parámetros y lineamientos de la democracia, pero una
democracia participativa, no de nombre. Observemos y no pasivamente como se
están cayendo reinos familiares en el mundo que hasta hace muy poco eran
intocables.
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