jueves, 17 de marzo de 2011

LAS VENTANAS ROTAS II


Hace unos días dimos lectura a la columna de opinión del Dr. Álvaro Beltrán Pinzón. En esta hacía referencia la teoría de Las ventanas rotas, hoy damos lectura a la segunda parte, según la cual, los comportamientos delictivos o incívicos contagian a los miembros de una sociedad. Antonio Argandoña, profesor del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa – IESE, de la Universidad de Navarra, anota que también nos contagiamos de las propias acciones. Si un día estropeamos algo ajeno, “aprendemos” a dañar otras cosas y muy seguramente llevaremos a cabo actos de vandalismo superiores. En términos de Aristóteles: “no digas la primera mentira, porque la próxima será más fácil”.

Ese parece ser el mal que hoy aqueja a la sociedad colombiana, cuando calladamente se ha apoderado de nuestra mentalidad un cierto consentimiento por la cultura del atajo y una velada admiración por la audacia para conseguir dinero. No hay asombro ante el delito; no hay consideración por las víctimas; no hay reprobación frente a la apropiación indebida de los dineros públicos; y se ha alcanzado pasmoso grado de desfachatez, al tildar de ineptas a las personas que al ocupar una posición, desde la cual se puede hacer un ejercicio de poder, no la aprovechan para su propio beneficio.  Cuando se comprueban hechos dolosos, a cambio de sanción social o repudio contra el delincuente, se llega al cinismo de resaltar su falta de astucia al dejarse pillar. Parecería que el país tuviera sus ventanas rotas.

Agrega el profesor Argandoña que, así mismo, afortunadamente estamos dispuestos a derivar enseñanzas positivas de las buenas ejecutorias de los demás. Al ver que otros limpian paredes deterioradas o arreglan daños, apreciamos que estos actos a más de ser satisfactorios para ellos, lo son también para nosotros. Esta reflexión puede inducir a adoptar maneras de comportamiento que resulten edificantes, desde luego, sustentadas en los conocimientos, capacidades, habilidades y, sobre todo, en los principios y valores que determinan nuestros procederes.

¿Nos gustaría que todos rompiesen los coches, mintiesen, robasen o defraudasen? Seguramente la respuesta es NO. Sin embargo, no somos plenamente concientes del daño que esas conductas ocasionan, porque además de destrozar el sentido del bien común, también nos empeoran a nosotros mismos. No podemos siquiera permitirnos pequeñas libertades. Cobra vigencia la consigna kantiana que señala: “actúa siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal”.

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