Hace unos días dimos
lectura a la columna de opinión del Dr. Álvaro Beltrán Pinzón. En esta hacía
referencia la teoría de Las ventanas rotas, hoy damos lectura a la segunda parte, según la cual, los comportamientos
delictivos o incívicos contagian a los miembros de una sociedad. Antonio
Argandoña, profesor del Instituto de Estudios Superiores de la Empresa – IESE,
de la Universidad de Navarra, anota que también nos contagiamos de las propias
acciones. Si un día estropeamos algo ajeno, “aprendemos” a dañar otras cosas y
muy seguramente llevaremos a cabo actos de vandalismo superiores. En términos
de Aristóteles: “no digas la primera mentira, porque la próxima será más
fácil”.
Ese parece ser el mal
que hoy aqueja a la sociedad colombiana, cuando calladamente se ha apoderado de
nuestra mentalidad un cierto consentimiento por la cultura del atajo y una
velada admiración por la audacia para conseguir dinero. No hay asombro ante el
delito; no hay consideración por las víctimas; no hay reprobación frente a la
apropiación indebida de los dineros públicos; y se ha alcanzado pasmoso grado
de desfachatez, al tildar de ineptas a las personas que al ocupar una posición,
desde la cual se puede hacer un ejercicio de poder, no la aprovechan para su
propio beneficio. Cuando se
comprueban hechos dolosos, a cambio de sanción social o repudio contra el
delincuente, se llega al cinismo de resaltar su
falta de astucia al dejarse pillar. Parecería que el país tuviera sus ventanas
rotas.
Agrega el profesor
Argandoña que, así mismo, afortunadamente estamos dispuestos a derivar
enseñanzas positivas de las buenas ejecutorias de los demás. Al ver que otros
limpian paredes deterioradas o arreglan daños, apreciamos que estos actos a más
de ser satisfactorios para ellos, lo son también para nosotros. Esta reflexión puede
inducir a adoptar maneras de comportamiento que resulten edificantes, desde
luego, sustentadas en los conocimientos, capacidades, habilidades y, sobre
todo, en los principios y valores que determinan nuestros procederes.
¿Nos gustaría que todos
rompiesen los coches, mintiesen, robasen o defraudasen? Seguramente la
respuesta es NO. Sin embargo, no somos plenamente concientes del daño que esas
conductas ocasionan, porque además de destrozar el sentido del bien común,
también nos empeoran a nosotros mismos. No podemos siquiera permitirnos
pequeñas libertades. Cobra vigencia la consigna kantiana que señala: “actúa
siempre de modo que tu conducta pueda ser considerada una regla universal”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario